DIA 8: EL DIA QUE ME BAÑÉ CON TIBURONES
Hoy era uno de los días mas esperados del viaje ¡nos íbamos a bañar con el gran blanco!
Amanecía con llovizna y nublado, y no sabíamos muy bien si podríamos realizar la actividad o no. No habíamos tenido señales de la empresa y eso era bueno, porque si cancelan la actividad deben avisarte y tras chequear el mail y ver que no había nada, decidimos recorrer los 35 minutos que separan Hermanus de Gansbaai, la cuna del tiburón blanco.
Pensar en Sudáfrica es pensar inevitablemente en el tiburón blanco. No podría definir muy bien la mezcla entre nervios y emoción que tenía mientras íbamos de camino. Quería llegar ya, y a la vez no quería llegar nunca. No había decidido aún si quería bajar a la jaula.
Elegimos la empresa del capitán Mc Farlane, un poco porque era la que mas confianza nos daba, ya que saben bastante sobre los tiburones y llevan muchos años realizando a diario el tour. El precio es igual en todas mas o menos, 1600 ZAR.
El tiempo empeoraba por momentos y al llegar a la oficina, hubo un pequeño revuelo, pero al final sí había tour.
Al llegar lo primero que hay que hacer es firmar un documento, ya sabéis que todo lo que se hace en Sudáfrica es "at your own risk" y esto no iba a ser menos. Después tomas un desayuno mientras te ponen un video y te dan las instrucciones. Las fotos en la pared me impresionaron bastante. Vale. Aquí es cuando decidí que no me bajaría a la jaula.
Llegó el momento de ir "al pasillo de la muerte" así es como se denomina esta zona, ya que justo en estas aguas se encuentra la mayor concentración de tiburón blanco del mundo.
Embarcamos al encuentro, íbamos todos en los barcos (que por cierto yo me había imaginado mas grandes) como corderos al matadero con nuestras chaquetas naranjas.
Este es el señuelo que lanzan al agua para engañar a los tiburones.
Ya no había solución. Estaba allí e iba a ver un tiburón blanco en persona. Intentaba camuflar los nervios, pero era muy difícil. El mal tiempo no ayudaba, ni tampoco los botes que pegaba el barco.
Apenas nos alejamos de la costa, yo pensaba que iríamos mar adentro, pero no, estábamos muy cerca de tierra firme. Lo cual era bastante reconfortante por si la cosa se ponía fea, pero por otro lado, me daba un nosequé pensar que tan cerca de la playa podía haber tiburones.
Pararon el barco y empezaron a preparar el chum, un caldo con restos de pescado que preparan en cantidades industriales y arrojan al agua.
Según empezaban a llegar montones de gaviotas atraídas por el chum, empezaron a pedir los primeros voluntarios. Allá va Raúl, qué valiente es.
Mientras se ponían los trajes de neopreno, llegó el primer tiburón. Dios mío no me lo puedo creer. En cuanto vi la aleta ya no supe si hacía mal tiempo o si el barco se movía mucho. Solo quería volver a verlo.
Ansiosos por sumergirse, los primeros valientes bajaban a la jaula.
La dinámica de bucear con tiburones es muy simple; bajar a la jaula que está atada con fuertes cuerdas al barco, agarrarse a los barrotes y cuando ellos lancen el señuelo y vean que viene alguno te avisan para que aguantes la respiración y te sumerjas.
¡Ya están listos!
Mientras Raúl estaba dentro de la jaula, yo esperaba viendo como se acercaban los escualos. Pasaban muy cerca de la jaula, incluso alguno chocó con ella. Yo solo oía "right, right right" "down, down, down" "left, left, left" " A bigger one!, down, down" y ya aparecían.
Es verdad que con el día que nos ha tocado no hay muy buena visibilidad y se les ve cuando prácticamente están encima de la jaula.
Estuvieron en la jaula como 15 o 20 minutos. Raul salió con una cara de exaltación total, casi no atinaba a contarme nada. "Buuaa" "Uuuu" "woowww". En su cara veía la adrenalina y la admiración hacia los tiburones.
Nos quedamos ahí en el barco mirando como se acercaban y de vez en cuando saltaban mostrando sus dientes.
Estaba ahí y fue un segundo en el que pensé, "A lo mejor nunca vuelvo a estar aquí. Tengo que bajar a la jaula". Me giré y justo en ese momento estaban pidiendo a los siguientes voluntarios, así que me fui para allá. Ya no había arrepentimiento.
Me dieron el traje de neopreno, y empecé a desvestirme. Cómo no me había puesto el bañador tuve que quedarme en ropa interior. Ponerse un traje de neopreno es la cosa mas difícil del mundo. Ya estaban todos preparados y yo no era capaz de ponerme el dichoso traje. Un chico de la tripulación que me vio se ofreció a ayudarme, "Agárrate fuerte a la barra" me dijo, y empezó a subirme el traje a tirones. Fue un poco desagradable, primero porque estaba en ropa interior y me daba vergüenza, segundo porque de los tirones que pegaba, a veces hacía que me soltara de la barra y eso me daba mas vergüenza todavía. Bah, pero no me daba tanta vergüenza, solo pensaba en que me tenía que meter en la jaula.
Me pusieron unos pesos en la cintura, y las gafas de bucear ¡A la jaula!
Ni siquiera me di cuenta de la temperatura del agua, ahora mismo estaba
compartiendo medio con uno de los animales mas temidos del mundo.
Oh, oh. Algo no me cuadra. A ver, hay una pequeña barandilla roja en la que hay apoyar los pies para que estos queden sujetos. Vale. Soy tan pequeña que si metía ahí los pies, la cabeza se me quedaba debajo del agua y no podía respirar. Al quedarme libres, piernas y pies se iban para donde querían, y eso incluía fuera de la jaula. Entonces, tenía que buscar alguna manera. La encontré sujetándome a los barrotes de arriba de la jaula y apoyando las rodillas con todas mis fuerzas en los barrotes de enfrente y cuidando que no se salieran de la jaula. Se puede ver mi ortopédica postura en la foto de arriba.
Había muchas olas y hacían que la jaula se separase del barco y volviera chocando estrepitosamente contra él cuando bajaba la ola. Fue un poco agobiante. Además cuando me sumergía las gafas se me llenaban de agua y no tenía suficientes manos para sujetarme y colocarme las gafas. En esto estaba cuando "Down, Down, Down". Aguanté la respiración y me sumergí. La imagen que vi quedará grabada en mis retinas para siempre.
Un enorme tiburón blanco, venía verticalmente desde el fondo, con la boca abierta enseñándome todos los dientes. Estaba justo en frente mío. Estábamos en el mismo agua. Fue muy rápido pero en ese momento supe la maravillosa oportunidad que había tenido. Me daba igual no ver ninguno mas, de hecho no quería ver ninguno mas. Me quedé tan alucinada que ya no escuché nada, hasta una vez me tocaron en la cabeza para decirme "Icíar, baja" pero me dio igual, seguí con la gafas llenas de agua, intentando asimilar la imagen que acababa de ver.
Cuando nos mandaron salir de la jaula, estaba feliz, quería contarle a Raúl lo que había visto, porque la pena fue que no pudimos bajar juntos, pero es que ya hubiera sido épico.
Seguí admirando a los tiburones. No sé si por la emoción del momento que había vivido o porque ya esta relajada, no me parecían nada peligrosos. Es mas, me parecían unos animales tontorrones a los que estábamos mareando.
Después de que hubiéramos bajado todos a la jaula, dejaron repetir una vez mas. Pocos repitieron, la mayoría de gente estaba muy mareada, incluso hubo varias vomitonas. La verdad es que en ese momento me di cuenta de lo había empeorado el tiempo y de las olas que había, que cuando subíamos una ni se veía la costa.
Emprendimos el camino de regreso y al entrar al puerto se las vieron canutas para poder entrar, pero finalmente lo logramos.
Nos pusieron el video que habían grabado durante la excursión, mientras tomábamos algo caliente. Decidimos comprarlo porque no sabíamos lo que se había grabado con la gopro, yo no había sido capaz de grabar nada y Raúl con la emoción, casi tampoco.
Volvimos a Hermanus y nos dedicamos a pasear charlando con una familia viajera, que habiámos conocido en el shark cage diving. Llevaban un mes por Sudáfrica con su peque de 11 años.
¡Viva las familias viajeras!
Entre conversaciones viajeras, de vez en cuando
veíamos la cola de alguna ballena en Cliff Path. Hoy estaban muy animadas y pudimos ver unas cuantas.
Volvimos a casa y nos hicimos una foto con nuestros certificados.
Es increíble como después de tanta adrenalina, y tanta emoción uno se queda tan relajado.
Salimos a cenar a una pizzeria, yo estaba loca por una sopa reconfortante, (lo mío con las sopas es para estudiarlo) y me supo a gloria. ¡Menudo día! Creo que el shark cage diving es lo más emocionante que he hecho hasta ahora.
Ya en la cama, me sentía todavía en el agua. La misma imagen no me dejaba dormir, el tiburón seguía apareciendo en mi mente. Ese bello animal, al que quizá nosotros estemos haciendo más daño, del que nos hizo creer Spielberg que él nos podía hacer.